Debemos dejar las posibilidades de hoy bajo la alfombra del mañana hasta que no podamos más, hasta que comprendamos por fin que es mejor saber que preguntarse, que despertar es mejor que dormir y que fracasar y cometer un error enorme es mejor que no haberlo intentado.
A veces palabras como valiente y cobarde, antónimas absolutas cuyo significado se aleja hasta los extremos de un segmento imaginario, se tocan, se acarician, se hacen amigas. Intiman de tal manera, empatizan tanto que llega un día en que no sabes quién es quién. Es entonces cuando lo más valiente es ser cobarde y lo más cobarde es ser valiente, y es en ese momento cuando todo se vuelve del revés y ya nada es lo que parece. Lo malo y lo bueno van de la mano y lo correcto e incorrecto saltan a la comba, lo verdadero y lo falso nadan juntos en una piscina donde lo real y lo imaginario se divierten haciéndose aguadillas.
Y, es que ese calor insoportable me llena los pulmones de aire inflamable. Arde a 451 grados Fahrenheit como ese papel que ya no se llenar con letras. Así que hoy dejaré que ese grillo que me mantiene insomne desaloje mi corazón y abriré la ventana para que salte, tengo una piscina llena para él donde por fin ese cri cri insoportable se perderá.
Y esta que escribe a veces se pierde pero siempre que la necesitas está detrás de ti para colorearte las pupilas con acuarelas o contarte los lunares. Recuerda que para encontrarla sólo tienes que seguir las flechas. No es una valiente pero le encantan las casualidades. Siempre que quieras ella te invita a bailar encima de la cama y a comer bizcocho de chocolate. Si la encuentras, si te quedas...

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